performance a domicilio / 2021
En verano de 2021 decido iniciar una serie de performances a domicilio. La idea surge del límite y la necesidad: no dispongo de sala de teatro y necesito bailar. Enseguida sé que la idea de actuar a domicilio es un acto político en el contexto en que nos encontramos: un extraño llega al ámbito privado para negociar entre los cuerpos un nuevo modo de estar en relación. Me visto en el espacio público, actúo en el espacio doméstico. Llego a pie pero podría ser un paquete de Amazon o la comida de Globo. Añado al hogar, además de la función de spa, gym, guardería, oficina y/o lugar de reposo que en la actualidad obligadamente desempeña, la de sala de teatro.
El personaje que diseño es una suerte de peregrino, de oráculo, de loco de carta de tarot. Llama a la puerta. Desde que entra hasta el final mantiene y exige silencio. Una vez dentro, explora a la velocidad de quienes atraviesan bosques de cenizas y con la atención de un animal de presa el espacio ageno. Con su presencia, el espacio ordinario deviene extraordinario. El ser que llega improvisa un diálogo tácito con la luz, los sonidos, la decoración, la arquitectura, los otros cuerpos, las otras miradas. Ocurren cosas.
Ocurren cosas idénticas en todas las ocasiones: la persona o personas que me acogen sienten perder el control de su propio espacio. En numerosas ocasiones vuelven a verlo como si fuese la primera vez. Hay sorpresa de volver a ver una pared, un florero, una puerta, sorpresa de que quien llega a tu propia casa se hace con el control.
Ocurren cosas diferentes cada vez: personas que guardan silencio durante horas, personas que cambian de lugar sus cuadros, personas que cuestionan sus hábitos de vida, personas que lloran, personas que me dicen tener sueños nocturnos o ver en mi la figura de algún familiar tenido en el olvido.
Las imágenes que acompaño son de un simulacro realizado con amigos. La situación no permite el registro sin que la pieza se vea afectada. Por lo mismo solicito a los participantes una devolución escrita sobre la experiencia vivida. En algún momento esos textos formarán parte del contraplano de esta pieza: la materialización verbal, visible por parte del receptor-participante.
Aquí una breve reseña personal de uno de los pases:
«Por impulso abro la puerta. Entro. Hay allí chiquillos crecidos asustados. Ríen porque así han aprendido a esconderse de lo que les produce estupor. No es la risa desenfrenada de quien sabe del dolor. Es la risa del control social adosada a la expresión de los cuerpos. Les muerdo los pies, los tobillos, las pantorrillas. Tironeo del vello de sus piernas. Nada. Continúan con sus estúpidas muecas sin alcanzar a ver la presencia danzante furibunda que ha irrumpido en su cuarto. De mi vientre amanace* un grito lamento que quema, que hiere y que una semana más tarde deja sentir su aspereza en mi garganta. Grito que sale, vacía, cae. Caigo. Ovillo de huesos negros. Muero. Piel de jirón. Un silencio de sepulcro comienza a abrir el espacio. Me abre el paso. Solo entonces los ojos desorbitados de los chiquillos crecidos estupefactos conectan: ven lo que no ven. Pausa sin tiempo, sin medida, sin letargo. A velocidad de retroceso camino hacia el umbral. Avanzo de espaldas. Lo atravieso. Me atraviesa. En la mesa, el banquete aguarda. Pero es del suelo que tomo lo caído. Un solo bocado. La harina empalaga el cielo del paladar. No hay alimento para muertos. Ni pan ni vino que colme el colmo. El vientre necesita el vacío de la separación aunque sea desde el vientre que busco el abrazo de quien se dice vivo. Pero por el rostro de quien se dice vivo resbalan hilos de sal. No es el poder del abrazo de mis brazos –no es abrazo de amparo–, es la imposibilidad de dar nombre a lo innombrable. Hasta que la cosa que me
tiene a-través y me suelta. Estoy dicha. Emprendo la huída».
*amenaza, amanece, ama-nace.